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  • Foto del escritorBastian Sebill

Palabras de otoño - (Kalimat alkharif)

Es otoño, la época de la nostalgia, la melancolía de aquel pasado latente que regresa cuando lo necesito.

El ruido de la púa se siente antiguo, por los parlan­tes comienza a sonar como viento cálido del desierto un laúd; después, la percusión de una darbuka se hace más notoria, dejando las cuerdas en segundo lugar. Mientras la música llena el salón, los rayos del sol ha­cen su entrada matinal capturando con su luz la silla de la aljada y del aljadu.

Unos pasos pequeños hacen su entrada, pertur­bando esa tranquilidad.


‒ Abuela, ¿qué es esa música que escuchas?

‒ ¡Ah! Esa música me trae recuerdos de cuando era joven y mi vida estaba estancada. ¿Alguna vez te conté nuestra historia?

‒ No. Me encantaría escucharla.

‒ Era un 25 de mayo de 1912. Apenas llegaba a mis quince. Tomaba mis clases de baile como cada se­mana en la academia de Tánger. Mis padres estaban buscando nuevos horizontes. El tío Adib había mi­grado a América años atrás y no sabíamos nada de él hasta entonces. Aquel día mi mamá vino a buscarme, diciéndome que había lugar en el barco “Almal”, que partía con destino a Brasil y la Argentina. Mis nervios no me dejaban pensar. Dejar toda una vida en un solo día… ¡Iría a América!


‒ ¡Qué difícil debe haber sido!

‒ Inimaginable. Sin tiempo, organizamos todo. La despedida fue tremendamente triste, tíos, primos y amigos nos deseaban suerte desde el puerto mien­tras el barco pitaba su bocina anunciando la parti­da. Una nube de humo negro tapó el sol durante unos segundos. El corazón se me hizo añicos, el Almal comenzó a moverse y nuestros pañuelos de colores lloraron por vez primera. Cientos de pasajeros her­manados con el mismo sentimiento se despedían del puerto de Casablanca.

Treinta días después, tocamos el puerto de Brasil. En el camino muchos perecieron. Hacinados en los camarotes, en la cubierta y en las bodegas, entre ellos tu bisabuela Zena. Las pestes rondaban los barcos, como las sirenas cantaban a los marineros. No se pudo hacer nada. La despedimos junto a otros que cayeron bajo la misma suerte, arrojando sus restos al mar.


‒ ¡Qué triste, abuela!

‒ Sí, pero no todo iba a ser así para nosotros. Aunque la moral estaba baja, seguimos camino a un país que nos abría sus puertas a una nueva y desconocida vida. Era la madrugada del 9 de julio de 1912 cuando arri­bamos al puerto de Buenos Aires. El sol se asomaba tras el Río de la Plata, ofreciéndonos un nuevo ama­necer, diferente a todos, hasta en el aroma, tenía olor a esperanza. Habíamos logrado una parte importante en este viaje, aunque nos faltaba mucho por recorrer. Al tocar puerto me asombró lo grande que era todo: edificios gigantes, calles anchas y gente por doquier. Esperamos todo el día, pero nadie apareció. Mi papá estaba angustiado. Las horas pasaban y el lugar que­daba vacío. Al día siguiente, apareció el tío Adib. Una alegría volver a ver a un familiar, después de tanto navegar. Cargamos lo poco que teníamos y fuimos a la estación Retiro, donde tomamos el tren a Tucumán. Fue un viaje largo, pero la vista era hermosa: ciudades por doquier, campos, vacas, y un olor a casa nueva se sentía en el ambiente.

Nos asentamos en la ciudad de Famaillá, en una habitación pequeña que era todo nuestro mundo. Mi papá se llamaba Rachid Bahir, era maestro, hablaba tres idiomas, entre ellos, el castellano. Fue elegido para enseñar a los hijos de inmigrantes.

Con el tiempo me enamoré de tu abuelo Karim. Mi padre ya había arreglado mi matrimonio con un des­conocido, así que tu abuelo me raptó hasta que tu bis­abuelo cambió de parecer.

Con 16 años nos casamos en la casa del tío, porque la iglesia ortodoxa estaba en construcción. La fiesta duró una semana: bailábamos en la calle.

Él trabajaba con sus padres como comerciante. Apenas terminé mis estudios ayudé a mi papá en el campo: teníamos ganado, plantaciones de maíz y tabaco.

Fuimos pioneros en aquellas épocas trabajando tierras yermas, soñábamos con una patria grande y propia donde todos fuésemos iguales. Nos unía la re­ligión, la música, las identidades locales. Logramos sobresalir a pesar de las dificultades. Argentina nos abrazó cuando nadie lo hizo, y sus hijos nos hicieron un lugar en su tierra, en sus casas, en sus familias.

Hoy recuerdo todo con tanta claridad. Me emociona contarte la historia de mi vida. Por eso nunca debes olvidar quién eres, de dónde vienes y hacia dónde el viento te llevará.


‒ ¡Impresionante historia aljada!


Llena de emociones fuertes, de dolores, de alegrías, pero principalmente, de unión y comprensión entre quienes han pasado por nuestras vidas.

Mi nieta se fue corriendo, dejándonos solos recor­dando nuestra juventud y la suerte de tener una vida que contar. Somos Latifa y Karim El Amrani. Argenti­na, San Miguel de Tucumán, mayo de 1992.


@Bastian.Sebill

Adrogué, Buenos Aires, Argentina.

Jueves 11 de noviembre de 2021.

22:26

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