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  • Foto del escritorBastian Sebill

Dios, hoy sí.

Hoy no (Segunda parte)

¡Hola! ¡Hola!

¿Se escucha allá atrás?

¿Cómo decís?

Ja, ja, ja. Muy divertido el chiste.

Ahora que saludé a todos al llegar, es mi turno.

¿Turno para qué?

Para dedicarles unas palabras

¡Shhh! –dijo Lucia, la hija de Ricardo–

Gracias hija.

Con un ademan ella le respondió.

Hoy es mi aniversario número 85, según el calendario lunar. Según mi calendario, apenas llego a los 28. Esos son los buenos momentos vividos, los que cuentan.


En ese instante la sala enmudeció. Dejó de llover repentinamente, como si el mundo tuviera algo que escuchar.

Un piano de fondo era el sonido que acompasaba sus palabras.


¡Así es como lo había imaginado en mi mente!


En esta multitud están las personas que más amo en el mundo.

Familia, amigos, viejos amores devenidos en amistad, y sin amores en puerta desde hace años.

Los aplausos colmaron el vacío, y él, agitando ambas manos en lo alto logro acallarlos nuevamente.


¿La están pasando bien?

¡De maravilla! –gritaron por ahí.

¡Súper! ¡Es todo un éxito papá! –Grito Nicolás emocionado– el hijo mayor de Ricardo.

¡Gracias a todos por venir!


Hoy no festejo mi edad, sino los años que ustedes llevan conmigo. Esos momentos importantes llenos de risa, abrazos, amor, llanto, vacaciones, locuras de amor y tantas otras que no recuerdo.


¡Es porque estás viejo querido amigo! Lo digo por experiencia.


Al unísono los invitados estallaron a carcajadas.


Puede ser Juan… pero te diría que mi memoria sigue intacta, como cuando joven. Siguiendo los consejos de un viejo sabio; no es que no recuerde lo vivido, es que los recuerdos son tantos que me desbordan.

¿Entiendes Juan por dónde viene la mano?


Hizo un alto de silencio, como recordando las palabras, y entonces dijo…


Si me dan unos minutos, tal vez pueda devolverles, un poco de lo recibido.


Se acercó el micrófono, buscó entre los bolsillos del saco y extrajo varias hojas dobladas en dos. Las miro, observó a su público expectante, y sin dudarlo las metió de donde habían salido. Acomodó su voz, y con tono pausado comenzó a hablar.


Días atrás me senté a escribirles unas palabras, pero como habrán visto, las guarde porque prefiero improvisar.

Quiero llamar a mis hijos y nietos ¡Suban al escenario para compartir este gran momento!


Lucía y Nicolás, junto a su familia subieron, se acercaron a su papá y lo abrazaron tanto, que lograron que sus ojos derramaran emoción contenida.

Con cada uno a sus costados, los volvió a abrazar y la sala estalló en aplausos nuevamente.

Cinco minutos ininterrumpidos de ese majestuoso sonido abrazó a cada uno los familiares de Ricardo, haciendo que ese momento fuera único.

Cuando no pudo más, beso a sus hijos, y dando un paso al frente alzó sus manos y con voz entrecortada dijo…


— “Este es el momento más feliz de toda mi vida.”

Ellos… han sido todo para mí. Me han dado seis hermosos nietos, que ocupan mis tardes y algunos fines de semana.

Han sabido hacerse camino, demostrando ser buena gente a lo largo de sus vidas.

Siempre recuerdo las veces que erré en mi tarea de padre pidiéndoles disculpas.

Y… ¿saben qué recibí a cambió?, su perdón.


¡No te pongas sentimental! —grito Josefina, su hermana.

¡Soy un sentimental! Siempre lo fui. No me hagas perder el hilo de la cuestión, a ver si me olvido que estaba diciendo.


Alguna que otra risa resonó en la sala.


Quiero agradecer a los viejos que ya no están, a los hermanos presentes, y a los que hay que recordar. A los amigos de siempre, los temporales y a las nuevas amistades.

La suerte del destino me dio amores en el camino ¡Lástima que ninguno llegara a mi lado hoy!

Agradezco lo que me enseñaron.


¡Te pusiste exigente viejo!

¡Ésa es mi hija Lucía!


Ríanse todos ustedes, es la verdad. Me puse exigente y acabé solo. No me entristece. A muchas, las ame con fervor, otras fueron un amor de verano.

Bueno amigos, los amo a todos y gracias por su paciencia todos estos años.

Mi consejo es: Digan lo que sientan, no tengan rencor de nadie; eso mata. La envidia, que sea sana. Un abrazo nada cuesta. Prestar el hombro y el oído es más gratificante, que morir sin haberlo compartido.

Rían, lloren, amen, beban, bailen, besen… y sean todo lo felices que puedan.


Todos gritaban y mientras lo hacían se acercaban para saludarlo, felicitarlo y agradecer la fiesta.

Sus hijos, entre el tumultuoso ruido agregaron…


¡Nuestro padre es el mejor! y por eso lo amamos tanto. Siempre nos hizo reír. Jugábamos a cualquier cosa. Inventaba sobre la marcha y lo seguíamos, pero lo más valioso que atesoramos, es el tiempo que dedicó para conocernos, hablar, enseñarnos, reír, y dejarnos ser nosotros en todo momento.


El abrazo de los tres reafirmó lo que siempre fueron… Una gran familia.

Ese fue el instante, donde los invitados se fueron acercando, y como un gran equipo se abrazaban entre sí, formando un gran círculo, -como un scrum de rugby. Uno en el medio y todos alrededor.

La música siguió, luego la torta, y el brindis final.

Por momentos Ricardo parecía como asustado, como si hubiera visto algo malo, pero luego volvía a la normalidad.

Eso sucedió tres veces en toda la velada; la única que se percató fue Lucía, pero no le dio importancia.

Por semanas se habló de la fiesta. Familiares y amigos lo llamaban para agradecer el momento compartido y la buena compañía. Las risas en el teléfono duraban en la mirada de Ricardo hasta media hora después de que la llamada hubiera finalizado.

Parecía que la vida, al final, le había mostrado su mejor lado. Todo estaba tan perfecto que parecía un sueño, y éste, en algún tiempo llegaría a su fin.

La tercera semana después de la fiesta, Ricardo se había ido a su eternidad. La noticia se esparció como reguero de pólvora en todos lados donde era conocido. Fueron llegando de lugares remotos del mundo, y ese día, se hizo un homenaje más, como los que había recibido en vida.

Decían que había sido una muerte suave, mientras dormía. Una de las mejores maneras de morir, aunque la muerte nunca es bienvenida, esta parecía ser un buen augurio.

Fragmentos de su vida eran representados en la memoria de los hijos, nietos, amigos, hermanos: con anécdotas buenas y malas, riéndose como él hubiera querido.

Todo se sucedió en torno a una capilla al aire libre. Bancos a ambos costados y un improvisado altar al frente.

Cuando todos estaban sentados, escucharon las emotivas palabras de sus hijos y amigos que lo recordaban con mucho amor, aunque no todos fueron palabras de elogio.

Al terminar la ceremonia, apareció en el altar alguien nunca visto por nadie; ni en la fiesta. Tomo el micrófono y respirando hondo dijo…


Ninguno de ustedes me conoce, pero yo sí. Se más de sus vidas que ustedes mismos, pero he venido a hablar de Ricardo.


Rápidamente volvieron a sus asientos. Querían saber quién era el misterioso amigo que nadie conocía y había visto siquiera alguna vez en eventos pasadas.


Si me permiten, quiero pedirles disculpas. No estoy acostumbrado a aparecer en público; todo lo contrario. Hoy hice una excepción por mi amigo. Voy a contarles una historia que tuvimos con Ricardo.

Hace 50 años, lo visité una noche. Ustedes, Lucía y Nicolás, eran niños aún. Estaban dormidos cuando llegue, caí sin avisar, como es mi costumbre. Llame a la puerta y sabiendo que era un extraño, me abrió. Le dije quién era, y para que había venido. Recuerdo cuan furioso se puso. Después de charlar un rato largo, se tranquilizó. Me pidió cinco minutos, y despareció del comedor. Al tiempo transcurrido, apareció con la tristeza en sus ojos llorosos. Furioso y con razón.

Lo que nunca supo, fue que lo seguí a tientas, y escuche que hablaba con alguien.

Por primera vez sentí tristeza de mí, vergüenza de lo que soy, aquí muy adentro en mi corazón, por lo que pasaba.

Me increpo, reto y pidió amablemente que me fuera. Estaba siendo tan egoísta con él, que decidí despedirme antes de hacerle más daño.

Ese fue la primera vez que lo conocí. Un encuentro que dejo un sin sabor en ambos. Si tuviera que rehacerlo, empezaría de otra manera.

En el aire el murmullo estaba sordo. Atentos al desconocido, hasta el aire se congelo, escuchando una historia tan extraña como quien relataba.

Todos estos años estuve pensando y recapacitando lo sucedido aquella noche, por eso hoy les cuento esta historia que cambió mi vida para siempre, y la de él.


Hace 50 años escuche a un padre despedirse de sus hijos, Lucía y Nicolás. Vi a un padre desojar con tanto amor y cuidado las palabras que escogía para con ellos, ajenos a lo que sucedía, dormían plácidamente.

Desconocían que quien les habla ahora, había venido a arrebatarles de su vida, a su padre.


En el desconcierto del relato, nadie podía entender lo que ese hombre había venido a explicar. Su historia, como un equilibrista, rayaba en la cordura.

Su enojo, su furia, fue lo que me hizo frente y desencapuchó mi equivocación, exponiendo mi falta de tacto.


Mientras el silencio incomodaba el encuentro, tome conciencia. Me despedí agradecido, y antes de darle la espalda, le di mi último consejo.

“NO DESPERDICIES LA VIDA QUE TE QUEDA”

Hoy ganaste la batalla, y te lo agradezco. La próxima vez que me veas, será tú despedida final, -le dije-.

Así que vivió todos estos años, porque deseaba estar con sus hijos, su amor de aquella época, y deseaba de todo corazón disfrutarlos a ustedes estos años vividos.

Ayer por la noche regrese como habíamos acordado. Cuando me vio, se puso a llorar y de su boca salieron estas palabras.

¿Por qué tardaste tanto? ¿Sabes hace cuanto estoy esperando?

Pero… si yo decido cuándo. ¿Qué me estás diciendo?

La primera vez te eche de casa. No fuiste oportuno ¿Para qué me dejaste vivir tanto? Tuve una buena vida, no me puedo quejar. ¿Qué se siente vivir eternamente?

¡Ni te imaginas! Es como un día que nunca termina.

Me imagino.

No. Ini-ma-gi-na-ble.

¿Estás listo?

Para nada. Tengo mucho miedo. La muerte para mí fue un incógnita, y lo más injusto de toda una vida ¿De dónde sacaste que morir es placentero? Llegue a odiarte infinidad de veces ¿Qué hay después? ¿Qué pasa con el espíritu, el alma? ¿A dónde vamos? ¿Qué es la eternidad?

¡Epa! Cuantas preguntas. No puedo responder todas ya. Te aseguro que no te vas a arrepentir. En cuanto tus ojos se cierren, tendrás las respuestas a todo.

¿Cómo preferís?

¿Se puede elegir?

Claro. Aunque a veces no soy compasivo y duele.

Ricardo tomo sus antejos de nácar, y al acomodárselos pudo tener una clara imagen de que Dios no había envejecido ni un ápice desde su primer encuentro. Sintió con claridad, como sus parpados le pesaban. En un par de segundos la oscuridad cegó su mente y su corazón que había sido su motor por 85 años, dejo de latir instantáneamente.

Antes de perder la conciencia escucho como su amigo se despedía de él, y eso le dio una seguridad y calma única.


¡Ve con Dios amigo mío! El mundo ha perdido un gran hombre y pocos lo sabrán.

Esa fue la última charla que tuvimos.


Una vela se había apagado en la tierra. Un hombre: padre, hermano, amigo y enemigo expió su último adiós.

La audiencia paralizada no podía con su asombro. Entre llantos y murmullos, los bancos fueron quedando huérfanos, mientras ese desconocido se despedía.

Me llevo por toda la eternidad a la persona que cambió mi visión de la vida, o la muerte; como quieran llamarlo.

Ricardo fue el único en más de dos mil años que me enfrentó, retó, y llego a odiarme, obligándome a cambiar algo que era normal en mis viajes de rutina. Espero que los presentes sigan su ejemplo, y no se dejen llevar porque así está escrito.

Soy Dios, el que se creía todo poderoso. Soy Dios, el misericordioso, que todo lo puede y lo sabe. Hoy… soy Dios… el que se equivocó en no dar oportunidades a quienes lo merecían. Eso cambia con Ricardo, su familia, sus hijos. Prometo reparar 2000 años de injusticia.

Esa tarde vimos a Dios en persona llevarse a mi padre de la mano y pedir perdón en público.


En silencio, el lugar fue vaciándose sin premura. De pronto el altar quedo vacío y en su lugar una foto de Lucía, Nicolás y Ricardo yacía sobre el atril en señal de agradecimiento.

Nunca sentimos tanta paz con mi hermano, como aquella tarde, en donde Dios “Hoy, si pudo”.

@Bastian.Sebill

Adrogué, Buenos Aires, Argentina.

Sábado 7 de abril de 2018.

20:50

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